Recuerdo que cuando vi ‘La trastienda’ en el año 1976, justamente cuando estaba intentando abrirme camino en el montaje sin saber apenas nada, me llamó la atención el montaje preciso y afinado de la película. Pero yo, como la mayoría del gran público, no presté atención al nombre del montador. O, en este caso, montadora. Con el tiempo, su director, Jorge Grau, convertido en un buen amigo, me habló de Rosi Salgado en más de una ocasión, siempre con admiración y respeto. No tardé mucho en entender por qué, viendo otros trabajos suyos donde su sello es más que evidente. Ella ha sido, como muchas mujeres y hombres en los oficios de cine, una flor en la sombra.
Pero es en ‘El mundo sigue’ donde destaca de manera absoluta un montaje brillante, magistral. En ese proceso de construcción de una narración coherente que es el montaje, El mundo sigue resulta una embriagadora masterclass donde se combinan flashbacks, monólogo interior, presentación en tono documental, etc. Orson Welles dijo una vez que “la única puesta en escena de importancia real se ejerce durante el montaje… lo esencial es la duración de cada imagen… lo que sigue a cada imagen”.
La precisión y pulso narrativo del trabajo de Rosi Salgado genera una tensión que se mantiene y nos atrapa durante toda la película. Cada momento tiene el mejor montaje posible, adecuado al sentido y la necesidad de la escena; la combinación de planos, el punto de corte, su duración, todo se conjuga para dar lugar a un montaje de un gusto exquisito y un sentido del ritmo brutal.
Esto resulta ya evidente desde ese inicio, en tono de documental, en el que se combinan planos de automóviles enfilando la calle donde viven los protagonistas (planos que tendrán su eco hacia el final de la película) con otros de una plaza y unas calles vivas, llenas de niños que juegan, suben y bajan escaleras, para introducir a la sufrida madre. El montaje nos muestra con inteligencia, crudeza y amor la vida diaria de unos personajes atenazados por la precariedad. Así, los planos de la madre subiendo esforzadamente las escaleras de su casa se van intercalando con el mundo exterior, iniciando un lenguaje que será marca de la película hasta llegar a su punto más álgido en la famosa escena en que Luisa va subiendo esas mismas escaleras con pasos apresurados mientras se van intercalando flashbacks de distintos momentos de su infancia con su familia y el barrio. Montaje preciso, puntuado por el sonido de sus pasos.
Pero son muchos los momentos en que destaca la tensión, casi violencia, de la mano nerviosa de la montadora, no solo en el montaje de imagen sino también sonoro, ya que en esa época el montador se encargaba también del montaje de sonido. Siempre a favor de la narración, al servicio de las intenciones del director, utiliza todos los recursos a su disposición en un tratamiento inteligente y moderno para dirigir de forma subliminal las emociones del espectador. Un ejemplo es la escena del bar, cuando los distintos clientes se burlan de Faustino, el camarero, y del dinero que va a recibir por una quiniela ganadora. En principio suena una música que parece surgir de la radio. Pero cuando Don Gervasio, unos de los clientes, sube el tono de la burla, la música deja de ser diegética. Con el cambio de plano de imagen, la música cambia bruscamente, sube el volumen y pasa a ser, sin solución de continuidad, banda sonora que funciona con el ritmo de la imagen y potencia una tensión, violencia y drama que nos agarran por el pescuezo.
Ese tratamiento subliminal del sonido nos hace penetrar en el pensamiento de los personajes. Son muchas las escenas que podríamos analizar por la manera en cómo el montaje de la imagen en combinación con el del sonido, enfatiza, potencia, añade sentidos. Toda la película está preñada de pequeños detalles que suelen pasar desapercibidos pero sin embargo dirigen la atención del público y la emoción de las escenas, como cuando Don Andrés se atreve a tocarle el pelo a Eloísa mientras, de forma subliminal, va subiendo el volumen del tic tac del reloj de pared, o la escena de Luisi en su apartamento, pensando en cómo sacarle un dinero a su novio, a base de ‘jump cuts’ de imagen, combinando monólogo interior con una música diegética que va cambiando con los distintos cortes.
Invisible como muchas otras flores en la sombra en la industria del cine, valga este necesario homenaje para celebrar un trabajo enorme, de un gusto e inteligencia notables, y la más que evidente y decisiva contribución del trabajo de montaje de Rosi Salgado a la forma definitiva de la película. Disfruten del espectáculo.
Teresa Font / montadora de cine
Este texto se publicó originalmente en la hoja de sala de Filmoteca Española para el homenaje a Rosa G. Salgado.
Puedes ver ‘El mundo sigue’ aquí.
Puedes ver los cortes de censura de la película aquí.